Pues los poetas son
pequeños animales en disturbio
con la sed en los ojos y en la
garganta amor


(Jesús Hilario Tundidor)

viernes, 12 de octubre de 2012

De La Puñeta, La Poesía Y El Psicoanálisis, Por José Rico


Mi Amigo Rafael ha tenido el descaro de hacerme la puñeta preguntándome que libro fue el culpable de mi afición por la escritura y, en concreto, por la poesía. Digo “la puñeta” porque tal interrogante implica el obligarme a retroceder en la memoria más de cuarenta años en mi existencia con el consiguiente efecto de psicoanálisis que conlleva; y ya sabemos que esto del psicoanálisis se sabe como empieza pero nunca como termina. ¿Por qué carajo me voy a poner a pensar en esto si luego resulta que lo que me aparecen en los recuerdos son sucesos traumáticos, adolescencias perdidas, ideologías corrompidas o amores imposibles? En fin, “la puñeta” como digo, pero lo prometido es deuda.

El primer recuerdo que se me viene a la mente es el de un pequeño librito, a modo de breviario, con las obras de Juan Ramón Jiménez; tapas negras con los caracteres en bajo relieve, un frágil y suave papel el estilo de los evangelios o misales de la época –en aquella supongo que no tendría más de once años–  y como no, en su interior el tan famoso e incomprendido Platero y yo; recuerdo que me impresionó, como niño, el hecho de que un escritor famoso escribiera sobre un burro con tanta pasión pero estoy seguro que aquello también fijo en mi mente el amor a la poesía dado el lirismo que desprendía la narrativa del autor. Posteriormente pude descubrir como esta obra, aparentemente para niños, encerraba un simbolismo muy adulto que, posiblemente, no se le ha reconocido como debiera.

En mi ambiente familiar más cercano, la Guerra Civil siempre ocupó un lugar importante en las conversaciones, discusiones y silencios; mi padre, falangista y por tanto vencedor, rápidamente se dio cuenta de que había un “rojo” en la familia y dejo de molestarse cuando vio, resignado, como devoraba a Hernández, Lorca, Alberti –siempre me he preguntado como unas memorias, La arboleda perdida, me ha influenciado tanto hacia la poesía– y a Machado. Corría el año 73 y a mis diecisiete años empezaba a plasmar en los folios mis primeras poesías, poesías revolucionarias, comprometidas, en cierto sentido llenas de ingenuidad pero aún hoy, cuando las releo y corrijo las innumerables faltas ortográficas, me parecen un entrañable trozo de mi existencia.

Llegan los años de los amores de verdad y, paradójicamente, salvo algún Neruda que otro, me pongo con los clásicos Quevedo, Lope, San Juan de la Cruz, Calderón... Escribo diariamente y de forma convulsiva dejando mis estudios en segundo plano, me impregno de otras lecturas fuera de la poesía y, repentinamente, paro de escribir para dedicarme a la buena vida, algo de lo que me arrepentiré siempre (no lo de la buena vida; lo de dejar de escribir).

En el año 2011 después de dos décadas sin escribir un solo poema (y si lo hice debí de destruirlo), recordándome a mi mismo todos los días mi deber moral de continuar con la escritura, culpando al destino, a las obligaciones laborales, al matrimonio, y, siendo sincero, a mi pereza, llega a mis manos una antología de Ángel González y retomo aquella antigua pasión con más ganas que nunca. Ahora solo espero que me acompañe hasta mi muerte.

Lo siento Rafael, me pediste un libro y te cuento mi vida. Es lo que tiene el psicoanálisis.





José Rico (Oviedo, 1956) Fundador y administrador de la red social de escritores en lengua castellana “palabra sobre palabra”.

http://palabrasobrepalabra.es

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