Un perroflauta vacía su lata de sardinas en media barra de pan.
Es su comida del día.
Ayer ganó unas monedas acariciando sueños en la acera.
Léase guitarra, flauta
y un puñado de canciones que escribió cuando era joven.
Soñador joven adulto frustrado viejo derrotado.
Todo un avance vital.
Las sardinas no están mal. El pan, algo peor.
Era pan viejo.
Como el perro. Perro, flauta, corazón. Todo viejo.
De segunda mano en mal estado.
Adquirido en una car boot sale.
Incluso él se puso en venta.
No hubo suerte y se tuvo que quedar consigo mismo.
No obtuvo satisfaction guaranteed.
Lo peor, pensarse y escucharse cada día.
Hace tiempo que perroflauta ha aprendido a prescindirse.
Normal, habiendo escuchado tantas veces que era chusma prescindible.
Ya no lo dudaba: todos los demás no pueden estar equivocados.
En democracia siempre tienen razón las mayorías.
Pero él nunca fue un demócrata. Sí un anarquista.
Juerguista y belicista: por matar el tiempo antes de que éste lo mate a él.
Dejó los estudios muy pronto, primer año de universidad de bellas artes,
para luchar por los derechos de los hombres.
En aquel tiempo en que decir hombres incluía a las mujeres.
Ahora se debe especificar con claridad.
Todos nos hemos vuelto más idiotas. Si esto es posible.
De la bronca callejera, perroflauta pasó a las barricadas.
Así le rompieron dos costillas. Joder, qué dolor.
La policía, a hostias.
De las barricadas a los golpes de mano.
Luego a incendiar comisarías. De represores, decía.
Por el duro camino del luchador inconformista
fue ascendiendo hasta llegar al número uno del escalafón.
Privilegiado puesto que se premia con la cárcel:
seis años y un día.
Abandonó bellas artes, pero en el trullo pudo haber estudiado medicina.
Al menos le hubiera servido para curarse las heridas.
Ni lo uno ni lo otro, y cuando salió,
ya estaba roto.
Las deudas con la sociedad siempre se pagan con la vida.
Aunque haya pulso, hace tiempo que te has muerto.
En la cárcel, el aburrimiento le enseño a tocar la flauta.
Y pegar a la guitarra.
Es la vida para algunos un insulto:
perroflauta terminó por vivir del arte.
Horario flexible: del que se estira más de doce horas.
Movilidad geográfica: de calle mayor en calle mayor.
Grandes relaciones sociales: peatones malhumorados niños crueles policías cabreados.
Salario según valía más incentivos: unas monedas al día.
Perroflauta terminó su bocadillo y el perro las migajas.
Juntos, comenzaron a aullar La Madeleine.
La suya, joder, sí que era rebeldía.
Perroflauta morirá pronto. No dejará viuda ni hijos.
Ni nadie que le recuerde.
(Pamplona, 1964)
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