Respirar strawberry gum es el rito de paso, animales al borde de la evolución mecen el aire de la sala púrpura con luces tenues y sólida astronomía. En posturas calamitosas hipsters rompían el ritmo sobre la balsa de voces. Y entonces, tan delgados y leves, levantaron sus sombras con un fulgor sintético, como si la pista empezara a inundarse de sangre. Aquellos naúfragos bailaban al son de Arcade Fire, el mismo grupo que tituló su disco de debut
Funeral(2004) y que redefinió el sonido de una generación de chicos tristes, demasiado jóvenes para seguir añorando a Echo and The Bunnymen. "Reflektor", el primer single de su reciente LP homónimo había conseguido lo inaudito. Win Butler era el nuevo James Murphy del indie esa fría noche de enero, aunque con algo de mejor estilo y David Bowie a los coros.
Un nuevo vals del delirio flotó antes del rayo verde, la voz de otra banda que ha entendido que el dance es un camino para pasar del underground al overground. Hacer bailar al indie se ha convertido en una deriva lógica (?) del sonido de la mayoría de músicos pop. Unos consiguen el éxito con este pathos, caso de The Killers con "Human"(2008), un pegadizo himno fitness. Otros también el de crítica, caso del aclamado
Merriweather Post Pavillion (2009) de Animal Collective. La lista es dilatada: Radiohead (o Thom Yorke y su epiléptico baile en el videoclip de "Lotus Flower" [2011]), Björk, Kanye West, The Flaming Lips... Desde el abrazo al electro-pop de Coldplay, Lori Meyers y Hola A Todo El Mundo en sus últimos trabajos, hasta la concluyente asimilación de pulsos bailables por parte de Franz Ferdinand o Daft Punk. Buscando antecedentes en otras épocas, casi todos acaban teniendo su
Zooropa (1993) particular, la obra que acabó por encumbrar a U2 al olimpo comercial. Sólo hace falta echar un vistazo a los 15 singles que Rockdelux eligió como definitorios de la pasada década. Diez eran hits destinados al aquelarre colectivo, entre ellos "Music" (2000) de Madonna, o "Crazy in love" (2003) de Beyoncé, demostrando que esta tendencia parece aún más acentuada dentro del mainstream, ya que los discursos de estas cantantes siguen moviéndose por similares derroteros en lo que llevamos de nueva década. La fugaz atención del oyente, pues, también sigue acentuándose. Precisamente desde este status Noel Gallagher tachó a los canadienses de engreídos por la duración de
Reflektor:
"No estamos en los 70, ¿vale? ¿Quién tiene el maldito tiempo, en 2013, para sentarse a escuchar 45 minutos de un álbum? ¿Cómo de arrogantes son estos tipos para pensar que tienes hora y media para escuchar su puto disco?".
Musicalmente, identificar brevedad con depreciación se antoja absurdo. Ahí están los ejemplos del grueso del soul clásico o del pop que los Beatles capitalizaron. Sin embargo, la dieta fast-music y los nuevos one hit-wonders virales casi han conseguido devolvernos a los 50, cuando los singles eran el habitual formato de manifiesto. Si nadie lo remedia el long-play cederá su lugar al EP como modelo principal para editar canciones. Atrapar al oyente en el primer minuto es el reto y las frecuencias dance constituyen una forma de música más viva que el rock´n´roll, más conectada con una juventud cacofónica.
El alma de Oasis no tiene setenta minutos de su vida para sentarse a escuchar un álbum. Nosotros, el resto de la gleba, por supuesto, tampoco. Preferimos bailar, que le diría el bueno de Milkyway a Mr. Gallagher sin temor, por fin, de que este le agencie una hostia al estilo Manchester. No se descarta un futuro Beady Eye feat. Rihanna.