(Hedwig Gorski, Mark Christal)
Tras la quinta edición del Festival Internacional de Poesía de Sevilla, mi conclusión definitiva es que deben replantearse directrices, reformular conceptos básicos de esta disciplina como arte. Antonio García Villarán, director desde aquellos felices comienzos en 2008 ha visto como el actual gobierno redujo drásticamente el impulso institucional y el presupuesto asignado, convirtiéndolo en bienal sin visos de enmienda a corto plazo.
Que siempre el mal y la vergüenza duran, como escribió Joan Vinyoli (inspirado en una rima de Miguel Ángel), es algo sabido. La derecha española nunca desaprovecha la oportunidad de tumbar cualquier iniciativa cultural sospechosamente "progre". Quizá ellos son los únicos que creen en el manido y mítico credo-poema de Celaya. Por tanto, el revulsivo no pasa por limitarse a señalar al tirano. Aquí y ahora, 2014, es donde se acusan principios poco solidarios e integradores de una serie de "ideólogos" que en nombre del arte hacen de eventos como este espejos de oro rotos.
Cosmopoética, ciertamente, cuenta con un mayor respaldo económico/político, pero con iniciativas como Anónimos consigue universalizar su apuesta, abrir puentes acercando la literatura; justo lo contrario al tour de force imperante en los últimos años del FIPS. Observo la amplia nómina de colectivos y editoriales participantes y no resultaría inviable un proyecto similar al cordobés; parece cierto el viejo problema del mundo: sólo los malvados proyectan instinto de unión. Observo el programa de la III edición (2010) y el ensimismamiento actual deviene atroz, con recitales y performances requeridas de invitación o directamente protagonizadas por el Poderoso Caballero. Ni siquiera en el mencionado año, con la visita de Luis Eduardo Aute y Santiago Auserón, este sempiterno tabú hizo acto de presencia. A propósito de invitados célebres siempre prestos a altruistas colaboraciones, su ausencia coincide con la escasez de fondos del festival. Que cada cual saque convenientes conclusiones. Yo saqué las mías hace años cuando descubrí el término Perfopoesía, una difusa disciplina de más alcance estético que transgresor, que prioriza la foto ante la fruta. Purista prejuicioso, reivindico el derecho al anonimato como conciencia artística. Es mi respuesta a los patrones coetáneos, pues parece que un poeta necesita escenificar sus textos para existir.
Los recitales viven desde que el verso es verso, por eso yo también propugno su uso. La diferencia radica en el lugar que algunos ocupan intentando de paso pseudo-profesionalizar el acto declamatorio. Si el poeta no se coloca detrás de la poesía, esta pasa a ser un mero artificio en manos del ego. Y a menudo, el ego de un artista tiene dimensiones colosales. Para eso inventamos el papel, para contenerlo.
1 comentario:
Excelente. Y a esa poética conclusión me apunto. Abrazos
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