lunes, 25 de febrero de 2013
SVQ
Volar. Y ver la tierra desde lejos, con sus mares redondos, los vapores que velan los valles y las junglas. Verla casi vacía, cada casa una luz, casi una estrella, o un brillo de cigarro que calienta con su brasa naranja distancias minerales, o uno de esos insectos que pasean su caprichosa lámpara verdosa bajo los escondrijos de la hierba nocturna.
Volar. Y ver qué poco significa una ciudad varada en una costa; apenas una mancha más oscura, un resto ennegrecido de cubierta de barco. Es como verla en su futuro: sola, deshabitada, deshaciéndose en la erosión de espumas y de vientos; cuando todos los hombres concierten su esperanza y sus miedos más íntimos para dejarla atrás en la memoria. Porque lo harán; lo haremos. Dejaremos cada ciudad vacía, cada casa. Una playa atestada de caracolas huecas donde resuene el mar o nuestra ausencia (¿acaso no es lo mismo?). No somos tan distintos de los pájaros, que se aventuran en el aire, mueren... no pueden permitirse ser fieles a sus nidos.
Volar. Pero sí somos distintos a los pájaros. Volar, pero sin alas. Atados a una máquina de metales ligeros que perforan el aire. Alas nunca, ¿quién quiere ser un ángel? ¿y cómo renunciar a ese estremecimiento del animal desnudo cuyos huesos se rompen? La máquina es hermosa, esclava de sus rudos mecanismos, como el hacha de piedra o el arado. Volar y ser una mujer, un hombre. Y no ser más que eso. Algo frágil, consciente de que puede caerse...
(Ana Isabel Conejo)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Buen poema el de esta poeta.
Un saludo.
Dan ganas de elevarse. Abrazos
Publicar un comentario