Titular dos años de tu vida desangrados sobre poco más de 50 páginas se me antoja absurdo. Cuatro palabras para definir otras miles en un acto de pura condescendencia, el mayor de todos,
que hay que llevar a cabo. Sin embargo, en los talleres de escritura creativa no enseñan cómo ponerle nombre a una lágrima o traducir la ceniza al castellano. Me gustaría dejar que el lector diera este paso, tuviera la última palabra, una página al final de libro donde cada cual si así lo desea escribiese un título. Porque yo no puedo, han sido demasiadas las fuerzas extrañas con las que he tenido que negociar para poder cerrar aquel moleskine negro, y estoy cansado.
Y todo por conseguir un ISBN. Qué se le va a hacer.
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