lunes, 13 de junio de 2011
El País De Las Maravillas
La última vez que decidí acudir solo a una manifestación terminé en la puerta de un furgón de la policía con mis antecedentes pasando la prueba del algodón. Cuando ví como nuestro propio portavoz era el más preocupado en no causar excesivas molestias y reprender a las ovejas inquietas, tuve la certeza de que el movimiento contra el Plan Bolonia fracasaría.
Desde entonces desconfío de las concentraciones de redil, de las protestas amables.
Dos años después, un 15 de mayo, espontáneos encendieron la red. Spanish Revolution fue portada del Times y ni eso bastó para convencerme: esta vez aquellos no eran sólo universitarios con palestinas alrededor del cuello. Debo admitir que por momentos la zona de acampados de Sevilla me pareció un festival de música étnica, muchos tomaron el estar allí como un camping, frivolizando con la causa. Pese a apoyar y secundar el movimiento, esa impuesta actitud pacifista alimentó mi escepticismo. Sobraban ideas, faltaba actitud.
Pero la pasada semana cientos de indignados tomaron las puertas del Congreso en Madrid, cruzaron la línea, no esperaron que los antidisturbios los sacasen a bailar. La mayoría de medios consideraron el acto como una "radicalización", porque en España un ciudadano modelo es el que pasea con orejeras de caballo. OBEDECE. VOTA. NO PIENSES. VISTA AL FRENTE. Pues yo digo que si radical significa saber ladrar y morder, ya es hora de ser radicales. Indignación no es el estado que nos unía, es otra cosa.
Y así fue como el pasado sábado volví a ir solo a una manifestación. Sin detenciones, sin porras en la espalda, aunque ahora el viento soplaba distinto. Una de las chicas del grupo al que me uní dio con la tecla: "Hemos perdido por fin la apatía, hemos escapado del bucle de silencio, ahora nos queda perder el miedo a luchar, que no es poco, pero al menos el gran paso se ha dado".
Es difícil adivinar cuánto tiempo los políticos seguirán durmiendo hacia otro lado, o qué ocurrirá si las buenas intenciones resultan inútiles. ¿Estaremos dispuestos a luchar? ¿Hará falta que lleguemos a la situación de Egipto o de Yemen para perder el miedo? Hemos crecido en una burbuja de cristal de Bohemia. Guerra o hambre son palabras vividas siempre de oidas y quizá la sangre sea demasiado roja cuando miras de cerca. Debemos asumir la utopía de cambiar el mundo desde una madurez constructiva. Inquisidores, verdugos, burladores: tan antiguos como la lluvia, morirán con ella. Ya no se trata de cambiar el mundo, simplemente sacudirle un poco el polvo, exigir unos derechos fundamentales, véanse trabajo y vivienda. Trastocando el poema de Ángel González, quiero creer que al porvenir lo llaman así porque debe llegar. Seamos ingenuos, pidamos realidades.
Necesitábamos este 15M en el más profundo sentido de unión civil, en el hecho de demostrar que el pueblo puede estar de acuerdo en algo más allá del color de su equipo de fútbol, en algo verdaderamente importante. Quizá aún seamos pocos, pero esa es la Lección. Y los poderosos parecen extrañamente inquietos en sus búnkeres de oro, desde el Príncipe perdiendo la compostura real a Rubalcaba suspendiendo un acto en Valencia. La única vía posible es la acción directa, concreta y pertinaz. Y que se cansen de llamarnos radicales.
http://www.goear.com/listen/78e828e/emmenez-moi-charles-aznavour
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